jueves, 26 de enero de 2012

Yo compré la casa donde murió Pablo Escobar

El dueño no sabía que allí había muerto el capo. Muchos pensaban que había oro, dinero y hasta fantasmas.
–Tengo que decirle algo ¿Usted sabía que aquí mataron a Escobar?
–No, pero no importa, igual no tuve negocios con él–dice Omar Restrepo quien firmó los documentos para legalizar la compra de la casa en 2008. La misma donde murió el capo el 2 de diciembre de 1993.
Un día después de cumplir 44 años, Pablo Escobar hizo una llamada a su hijo desde un teléfono satelital. La llamada fue rastreada por el Bloque de Búsqueda, grupo integrado por la Policía Nacional, el ejército colombiano y oficiales norteamericanos, creado durante el gobierno del presidente Cesar Gaviria. El Bloque fue cerrando el cerco territorial del capo, arrinconándolo. Cuando éste advirtió que estaba acorralado huyó por las terrazas del sector Los Olivos en el occidente de Medellín hasta que dos disparos le penetraron la espalda. Escobar cayó sobre las lozas de un tejado. Los miembros de la policía que participaron en la operación se tomaron fotos junto al cadáver del hombre más buscado del planeta, cuya fortuna sobrepasaba los 3.000 millones de dólares.
Muerto Escobar, la casa se volvió famosa. Los planes turísticos de la capital antioqueña, aprovechando la fama del difunto, agregaron un recorrido por la afueras de la vivienda y contaban y recontaban la historia de su muerte. Algunos añadían al relato aspectos sobrenaturales: decían que el fantasma del capo deambulaba por las noches cuidando un tesoro escondido.
Las historias de fantasmas y tesoros despertaron la codicia, y muchos penetraron la vivienda para escarbar en los muros, romper el suelo y esculcar en los techos. Mientras se iba resquebrajando por las manos ambiciosas, la fiscalía inició un proceso de extinción de dominio para investigar si era propiedad de narcotraficante. Después de quince años de investigaciones concluyeron que lo único del capo era la sangre derramada en la terraza.
Con los años, la casa se convirtió en un cascarón que albergaba ladrones y viciosos de la misma droga que el capo traficaba. Era como si la vivienda estuviera pagando un karma por ser el lugar que recibió su cuerpo inerte. Cuando acabaron con las paredes y los pisos, se llevaron las cerraduras, los grifos y hasta los inodoros.
Aunque el mito de Pablo Escobar se expandía por Medellín, Antioquia y el resto del mundo, y los turistas se tomaban fotos con los rostros sonrientes frente a la vivienda. Restrepo, su actual dueño, no sabía el pasado de su nuevo hogar. Después de estampar la firma en los documentos se enteró, pero no le interesó. Según él, compró una vivienda, no un recuerdo. Por dentro todo es nuevo, tuvo que rehacer las habitaciones y los baños. No halló fantasmas ni guacas; en realidad no había nada.
En una ocasión, Sebastián Marroquín, el hijo de Pablo Escobar, que se quitó el apellido paterno para no tener problemas legales, le hizo una oferta a Omar Restrepo para comprar la propiedad. El nuevo dueño se negó . Cuando golpean a su puerta turistas o periodistas, contesta “aquí no vive Escobar, vivo yo”.

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